AGENDA ORIENTAL, SANTO DOMINGO
Por: Julio César García Mazara, MA
El próximo 20 de enero, Donald Trump tomará posesión nuevamente como presidente de Estados Unidos, y con ello, se abre un capítulo que promete ser tan controvertido como el primero. Durante su campaña, Trump abanderó el lema de «Estados Unidos primero», una retórica que resonó entre sus seguidores al prometer un enfoque aislacionista en política exterior, el aumento de aranceles a los socios comerciales y la revitalización de la industria manufacturera nacional. Sin embargo, sus recientes declaraciones sugieren un giro inesperado hacia una política exterior más agresiva.
La broma sobre Canadá como un posible estado más de EE.UU. y la amenaza de recuperar el control del Canal de Panamá son solo dos ejemplos de su nueva postura. Por si fuera poco, su insistencia en la compra de Groenlandia, un territorio danés que no está a la venta, añade una capa de surrealismo a su enfoque. A pesar de que es poco probable que estas ideas se materialicen en acciones concretas, reflejan una visión que mezcla el nacionalismo con un renovado deseo de ejercer poder sobre el escenario global.
El Canal de Panamá, un punto neurálgico para el comercio internacional ha captado la atención de Trump. Su queja sobre las tarifas «ridículas» impuestas a los barcos estadounidenses es un eco de sus constantes lamentos sobre el comercio injusto. La importancia estratégica del canal se convierte en un argumento para una posible intervención, especialmente en un contexto donde la influencia china en la región se ha acrecentado desde que Panamá cortó lazos con Taiwán. Es un discurso que resuena con la narrativa de que Estados Unidos debe proteger sus intereses, incluso si eso implica una coerción diplomática.
El interés de Trump en Groenlandia no es solo una peculiaridad; es una manifestación de la competencia geopolítica en el Ártico, donde las potencias buscan expandir su influencia. Su insistencia en que Estados Unidos «necesita» el control de Groenlandia por razones de seguridad nacional es reveladora: no solo busca fortalecer la posición de EE.UU. en el mundo, sino también justificar acciones que podrían ser vistas como imperialistas en un contexto global cada vez más interconectado.
La respuesta de los líderes de Panamá y Groenlandia a estas provocaciones ha sido clara: el canal y el territorio no están en venta, y su soberanía es innegociable. Sin embargo, el discurso de Trump podría ser interpretado como una táctica para presionar o intimidar a estos países, algo que ya ha utilizado en el pasado con México y otros socios comerciales.
Lo que está en juego aquí es más que una simple cuestión de soberanía territorial; es una batalla por la narrativa. Trump busca posicionar a Estados Unidos como un actor dominante en el escenario mundial, respaldado por una política de poder y coerción. En su primer mandato, ya demostró estar dispuesto a emplear aranceles y despliegues militares como herramientas de negociación. Ahora, parece que está listo para llevar esas tácticas al ámbito internacional con una audacia renovada.
Con la llegada de su segundo mandato, será crucial observar cómo se desarrollan estas dinámicas. Si bien es probable que las declaraciones de Trump en torno al Canal de Panamá y Groenlandia no se traduzcan en acciones inmediatas, sí establecen un tono para su administración. La posibilidad de una política exterior más agresiva y el uso del poder estadounidense para satisfacer intereses nacionales son realidades que los aliados y adversarios de EE.UU. deberán considerar cuidadosamente.