AGENDA ORIENTAL, SANTO DOMINGO.
Por: Julio César García Mazara, MA
La Revolución de abril de 1965 en la República Dominicana no solo fue un conflicto armado por la recuperación de un orden constitucional interrumpido; fue también una guerra por el control de la narrativa. En tiempos de censura, propaganda y represión informativa, la prensa jugó un rol determinante, evidenciando su fragilidad y su potencial para convertirse en instrumento de poder.
El derrocamiento de Juan Bosch en 1963 marcó el inicio de un proceso de inestabilidad que tendría su punto culminante dos años después, con el estallido de la guerra civil. Sectores progresistas, militares constitucionalistas y una parte del pueblo dominicano exigieron la reposición del gobierno legítimo, enfrentándose a una poderosa coalición de intereses conservadores, militares y económicos que, temerosos de las reformas sociales impulsadas por Bosch, buscaron mantener el viejo orden a toda costa.
La intervención militar de Estados Unidos, bajo el pretexto de evitar una supuesta “segunda Cuba”, profundizó la crisis, imponiendo una nueva correlación de fuerzas a través de la Fuerza Interamericana de Paz. Esta acción, aunque presentada como “protección humanitaria”, fue en realidad una estrategia de control político regional bajo la doctrina de la Guerra Fría, que privilegió la estabilidad sobre la soberanía dominicana.
En este contexto de polarización extrema, la prensa dominicana y en menor medida la internacional desempeñó un papel ambivalente. Lejos de ser un simple espectador, muchos medios locales actuaron como verdaderos actores políticos. La mayoría de los periódicos, emisoras de radio y canales de televisión adoptaron sin reservas la narrativa anticomunista promovida por los sectores conservadores y Estados Unidos, contribuyendo a la criminalización del movimiento constitucionalista.
Las etiquetas de “rojo”, “castrocomunista” o “enemigo de la libertad” se usaron de forma indiscriminada para deslegitimar a los revolucionarios que solo pedían el retorno de la Constitución democrática de 1963. Así, la prensa tradicional, en vez de ofrecer un espacio de debate abierto y de información veraz, se subordinó a los intereses políticos y económicos de quienes pretendían preservar sus privilegios.
La suspensión de la circulación de los principales diarios el 28 de abril de 1965 en el momento en que la ciudadanía más necesitaba información confiable demostró hasta qué punto la prensa estaba atada a las condiciones políticas. No fue el coraje periodístico, sino la presión militar y la autocensura la que marcó la pauta.
No obstante, en medio de este sombrío panorama surgieron brotes de resistencia informativa. Periódicos como “La Nación” y “Patria”, surgidos en la zona constitucionalista, ofrecieron una visión alternativa del conflicto, dando voz a los ideales de democracia y soberanía popular. De igual modo, “La Hoja”, órgano del Gobierno de Reconstrucción Nacional, sirvió a los intereses de los sectores que apoyaban la intervención. Así, la prensa dejó de pretender una neutralidad inexistente y se alineó abiertamente en los frentes de batalla ideológica.
Resulta imprescindible reconocer también el aporte de los corresponsales extranjeros. Si bien su presencia inicial respondía a intereses de evacuación, muchos de ellos ofrecieron reportajes honestos sobre la brutalidad de la intervención y la resistencia del pueblo dominicano, permitiendo que el mundo conociera la verdadera dimensión de la lucha.
La Revolución de Abril nos dejó múltiples lecciones, y una de las más claras es la necesidad de una prensa libre, crítica e independiente, capaz de resistir presiones tanto internas como externas. En tiempos de crisis, la información no es un lujo: es un derecho fundamental. Cuando la prensa se pliega al poder y abandona su deber con la verdad, se convierte en cómplice de la opresión.
Hoy, cuando nuevos desafíos a la democracia vuelven a asomar en distintos rincones del mundo, la memoria de 1965 debe servirnos de advertencia: una sociedad sin prensa libre es una sociedad vulnerable al abuso, la mentira y la injusticia.