AGENDA ORIENTAL, SANTO DOMINGO
Por: Julio Cesar Garcia Mazara, MA
La reciente rendición de Damasco ante las fuerzas militantes, tras años de resistencia militar y política, marca un hito trágico en la historia de Siria. Desde 2012, la capital siria fue el epicentro de intensos combates, pero la rendición sin luchar en 2024 refleja un colapso no solo militar, sino también social y moral. La historia de la resistencia siria está plagada de promesas incumplidas y traiciones, desde el pacto Sykes-Picot que fragmentó las aspiraciones árabes hasta el abandono de un liderazgo que finalmente se rindió a la desesperanza.
El monumento a Yousef Al-Azma en una de las plazas centrales de Damasco simboliza una era de lucha y sacrificio por la independencia y la dignidad. Sin embargo, hoy, los sueños de un estado árabe unido son fantasmas en la memoria de un pueblo que ha sufrido el azote de la guerra y la traición. La caída de Damasco es, lamentablemente, el resultado lógico de un sistema que ha estado desmoronándose durante años, donde la élite se ha desentendido de las necesidades y aspiraciones de su población.
La brecha entre los poderosos y las clases bajas se ha ampliado, y mientras los líderes han prosperado, la mayoría de la población ha sido condenada a la miseria. La impotencia del gobierno de Bashar al-Assad para reaccionar ante la ofensiva de los militantes es una clara señal de que el régimen ha perdido el apoyo del pueblo. La falta de motivación y la corrupción han dejado al ejército sirio sin rumbo, incapaz de luchar por un futuro que ya no creen posible.
Hoy, grupos como Hay’at Tahrir al-Sham (HTS) se preparan para tomar el control, pero la pregunta es: ¿qué saben hacer más allá de la lucha? La historia ha demostrado que los que llegan al poder a través de la fuerza a menudo son incapaces de gobernar efectivamente. La economía en ruinas y la falta de infraestructura en Siria plantean un escenario sombrío. La expectativa de un cambio significativo en la vida de la gente es, en el mejor de los casos, ingenua.
La liberación de prisioneros de ISIS y la presencia de estos militantes en el nuevo orden sirio añaden otra capa de complejidad a una situación ya de por sí caótica. La historia reciente nos recuerda que el terrorismo y el extremismo no se desvanecen con la caída de un régimen, sino que pueden renacer con más fuerza. La preocupación por la migración masiva y el desbordamiento de la violencia son temas que inevitablemente afectarán a la región y más allá.
La intervención internacional, particularmente de potencias como Rusia e Irán, ha sido un factor en el escenario sirio, pero su falta de apoyo a Assad en este momento crítico revela la fragilidad de esas alianzas. La retirada de apoyo militar y político indica que estos actores están ajustando sus estrategias en un contexto cambiante donde la estabilidad parece ser un objetivo en sí mismo, pero a expensas del pueblo sirio.
La guerra en Siria no ha terminado; más bien, ha entrado en una nueva fase. Las luchas internas por el poder, el extremismo y la desesperación social son solo algunos de los elementos que desencadenarán más inestabilidad. La comunidad internacional debe reconocer que la caída de Damasco no es solo un cambio de poder, sino una crisis humanitaria que seguirá teniendo repercusiones en el futuro.
En medio de esta tormenta, la resistencia del pueblo sirio y su lucha por dignidad y justicia no deben ser olvidadas. El legado de Al-Azma y otros héroes de la independencia debe servir como un recordatorio de que, a pesar de la traición y el sufrimiento, la esperanza de un futuro mejor siempre debe ser la guía. A medida que el mundo observa, es esencial que la comunidad internacional actúe con responsabilidad, no solo para contener el caos, sino para apoyar genuinamente al pueblo sirio en su búsqueda de un futuro en paz y prosperidad.