AGENDA ORIENTAL, SANTO DOMINGO
ESCRITO POR: ABRIL PEÑA.
Lo dicho ayer por el diputado Eugenio Cedeño, conocido por sus posiciones firmes incluso cuando lo colocan de frente con medio planeta, no fue precisamente un chiste. Y tampoco fue el primero en encender alarmas: días atrás, otro legislador pidió que no se avanzara a la carrera en el Código Procesal Penal, recordando que ya ha ocurrido que se aprueben leyes “al vapor”, para luego descubrir los yerros, lagunas y contradicciones que contenían.
Pero Cedeño fue más lejos; en un ejercicio de honestidad poco común en la política dominicana, describió la Cámara de Diputados como un escenario de comedia y tragedia, aseguró que muchos de sus colegas no comprenden su rol y, peor aún, que fuerzas externas pueden ir e imponer criterios y que, como “190 manganzones”, todos se pliegan a intereses espurios.
Y tiene razón en un punto esencial: en esta ocasión, el poder no puede ser omnímodo, y otorgarle a la Fiscalía la facultad de mantener por gusto —per saecula saeculorum— a cualquier imputado atrapado en un proceso judicial ya de por sí lento e injusto profundiza los vicios de un sistema que ya suele castigar más por desgaste que por condena.
Pero lo más grave no es la reforma en sí; lo verdaderamente perturbador es que un diputado oficialista, en un Congreso de mayoría oficialista, admita públicamente:
que “les bajan raya”,
¿Qué fuerzas externas dictan la agenda?
Que muchos legisladores carecen de la capacidad mínima para la responsabilidad que ostentan.
Y que existe (en este caso) una misteriosa “supradiputada”, cuya influencia —aunque no mencionada por nombre— todos parecen intuir.
El primer poder del Estado, el que debería ser contrapeso del Ejecutivo y garante de la institucionalidad, confiesa su propia vulnerabilidad: presiones que pesan más que la Constitución, obediencias automáticas, desconocimiento del rol y una peligrosa disposición a legislar sin rigor.
Y entonces, como país, nos queda la pregunta incómoda:
¿Estamos frente a una comedia política que provoca risa… o ante una tragedia institucional que debería arrancarnos lágrimas?
Porque si el Congreso admite que no manda, que no sabe, que no puede y que obedece, entonces lo que está en juego no es solo una ley: es la salud de la democracia dominicana.

