martes, abril 22, 2025
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RD silenciada en el cónclave

AGENDA ORIENTAL, SANTO DOMINGO.

Por Pavel De Camps Vargas

En el corazón de Roma, donde la historia de la Iglesia se escribe con humo blanco, una verdad inquietante resuena: República Dominicana, cuna de devoción católica en América, no tendrá voz en la elección del próximo Papa. Mientras tanto, Haití —donde el vudú danza en sincretismo con el catolicismo— sí estará presente, representado por el cardenal Chibly Langlois (66 años). Este contraste no es solo una curiosidad eclesiástica; es una bofetada simbólica que expone una herida profunda en la identidad religiosa dominicana.

Una ausencia que duele.

República Dominicana, donde más del 57% de la población abraza el catolicismo con una pasión que llena iglesias, anima procesiones y da vida a la Virgen de la Altagracia como símbolo patrio, queda excluida de uno de los momentos más sagrados de la Iglesia. La razón es tan fría como burocrática: Nicolás de Jesús López Rodríguez, nuestro único cardenal vivo, tiene 88 años y, según las normas del Vaticano, no puede votar en el cónclave al superar los 80. Desde 1991, ningún otro dominicano ha sido elevado al cardenalato. Ninguno.

Por otro lado, Haití, un país donde el vudú no solo pervive sino que se entrelaza con prácticas católicas, tiene un asiento en la mesa gracias a la decisión del Papa Francisco, quien en 2014 nombró a Langlois cardenal. Fue un gesto hacia las “periferias”, un reconocimiento a los olvidados. Pero, ¿y nosotros? ¿Acaso la fe dominicana, que ondea en la única bandera del mundo con una Biblia abierta, no merece también ser escuchada? Una tierra donde se celebró el primer bautizo (actual provincia de Puerto), la primera misa en América (por fray Bernardo Boil), marcando el inicio oficial de la evangelización católica en el continente, la primera diócesis en La Vega Real (hoy La Vega, República Dominicana), luego fue trasladada a Santo Domingo, consolidando así la diócesis más antigua de América. Fuimos el primer arzobispado de América (1546), la primera catedral del nuevo mundo, símbolo del catolicismo continental y patrimonio de la humanidad por la UNESCO, además del primer convento y primera orden religiosa en América, pero también tuvimos el primer sermón de derechos humanos en el 1511 en el convento dominico en Santo Domingo.

Un contraste que interpela

La exclusión dominicana no es solo un tecnicismo. Es un agravio simbólico que cuestiona nuestra relevancia en la Iglesia universal. ¿Cómo es posible que un país que vive la Semana Santa con fervor, que defiende su herencia cristiana en debates constitucionales, que respira catolicismo en cada rincón de su cultura, esté ausente en la decisión que definirá el futuro de 1,300 millones de fieles? Y más aún: ¿cómo aceptar que Haití, donde el sincretismo religioso es una realidad palpable, tenga voz mientras nosotros callamos?

No se trata de rivalizar con Haití en ningún sentido, ni de juzgar su fe. Se trata de justicia. Se trata de preguntarnos por qué un país con una tradición católica tan arraigada ha sido relegado a la irrelevancia en el escenario global de la Iglesia.

¿Quién es culpable? ¿Roma o nosotros?

El Vaticano no es el único responsable. La Iglesia dominicana debe mirarse al espejo. ¿Qué hemos hecho para mantenernos visibles ante la Santa Sede? ¿Dónde están los líderes eclesiales dominicanos con peso internacional, con carisma y visión para influir en Roma? ¿Por qué no hemos cultivado figuras que representen nuestra fe en los círculos donde se toman las grandes decisiones?

La omisión duele, pero también debe dolernos nuestra propia pasividad. La falta de proyección global de nuestra Iglesia, la ausencia de nuevas voces con autoridad moral y alcance universal, nos han dejado en la sombra. No basta con llenar las iglesias; hay que hacerse escuchar más allá de nuestras fronteras, ya que somos la primera voces que tuvo toda América.

Un llamado urgente a despertar

Esta exclusión es más que una anécdota; es un campanazo de alerta. La República Dominicana debe renovar su misión en la Iglesia universal. Necesitamos formar líderes espirituales con visión global, exigir representación y, como mínimo, contar con al menos dos cardenales activos que aseguren nuestra presencia en momentos cruciales. Porque quedar fuera del cónclave no es solo quedar fuera de una votación: es quedar fuera de la historia viva de la fe.

En la política de la Iglesia, como en la del mundo, quien no está en la mesa, está en el menú. Hoy, República Dominicana no está en la mesa. Y aunque la fe no requiere títulos, la representación sí importa. Porque quien vota, influye. Y quien no vota, solo obedece.

Preguntas que no podemos ignorar

  • ¿Cómo llegamos a ser invisibles ante el Vaticano?
  • ¿Por qué se nombra cardenal en un país donde el vudú convive con el catolicismo, pero no en uno que vive su fe con devoción histórica?
  • ¿Es esta exclusión una señal de que nuestra Iglesia local necesita una renovación profunda?
  • ¿Podemos seguir siendo espectadores de nuestra propia historia eclesial?

Un futuro que depende de nosotros

República Dominicana no puede resignarse al silencio. Nuestra fe, nuestra historia y nuestro fervor merecen un lugar en la mesa donde se decide el destino de la Iglesia. Este momento debe marcar un antes y un después: un compromiso para fortalecer nuestra Iglesia, proyectarla al mundo y garantizar que nunca más seamos excluidos.

Porque la fe de los dominicanos no solo merece ser vivida; merece ser escuchada.

 

Redacción

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