AGENDA ORIENTAL, SANTO DOMINGO.
Por: Julio Cesar Garcia Mazara, MA
La reciente imposición de aranceles “recíprocos” por parte del expresidente Donald Trump marca un antes y un después en la relación comercial entre Estados Unidos y América Latina. Bajo el argumento de corregir desequilibrios históricos en el comercio internacional, la Casa Blanca ha impuesto un gravamen del 10% a la mayoría de los productos latinoamericanos que ingresan al mercado estadounidense. Aunque lejos del castigo arancelario impuesto a otras potencias como China (34%) o la Unión Europea (20%), el impacto económico y político en América Latina no puede subestimarse.
Este giro proteccionista de Washington es, ante todo, una declaración política: Estados Unidos está dispuesto a desmantelar los principios multilaterales que han regido el comercio global durante décadas. La Organización Mundial del Comercio, cada vez más irrelevante, no ha sido tomada en cuenta en la decisión. Se impone así un nuevo paradigma basado en el poder y no en las reglas, donde la diplomacia comercial cede ante la unilateralidad.
El costo económico del “mínimo castigo”
En lo económico, los efectos serán heterogéneos pero profundos. Colombia, Perú, Argentina, Chile, Ecuador y otros países de la región verán encarecidos sus productos estrella —desde el café y los arándanos hasta el vino y el salmón— en su principal mercado de exportación. Y si bien un 10% puede parecer un ajuste moderado, para productos con márgenes reducidos y alta competencia internacional, representa una amenaza directa a la viabilidad de sus exportaciones.
La lógica proteccionista de Trump busca favorecer la producción local estadounidense, pero el impacto colateral recae sobre las economías latinoamericanas más integradas al mercado norteamericano. Menores exportaciones implican menos inversión, menor empleo y, por tanto, menor crecimiento. En economías donde el sector externo es una de las principales fuentes de dinamismo, esta medida actúa como un freno directo al desarrollo.
Asimetrías políticas y reacciones divergentes
En lo político, la región ha mostrado reacciones dispares. Mientras en México y Canadá se celebró el “escape” del grueso de los aranceles, en países como Colombia o Argentina los gobiernos optaron por interpretar el golpe como una oportunidad estratégica. Gustavo Petro habló incluso de que Colombia podría beneficiarse de la medida si logra producir a precios más competitivos, mientras Javier Milei apostó por reforzar su alianza con EE.UU. y restó importancia al daño comercial.
Estas respuestas evidencian la fragilidad de la diplomacia regional frente a decisiones unilaterales del norte. En vez de actuar de forma coordinada, los países latinoamericanos han optado por estrategias individuales, sin presentar una respuesta regional articulada. Esta fragmentación política disminuye la capacidad de negociación y deja a cada nación más expuesta a futuras presiones comerciales.
¿Oportunidad o espejismo?
Algunos economistas plantean que, en términos relativos, América Latina podría beneficiarse si logra desplazar a competidores más castigados por los aranceles de Trump. Sin embargo, esta posible ganancia es marginal frente a la pérdida de certidumbre jurídica y la alteración del statu quo comercial. Además, se basa en un supuesto optimista: que América Latina cuenta con la infraestructura, la capacidad productiva y la velocidad de reacción necesarias para ocupar nuevos nichos. Un diagnóstico que, en muchos casos, no se ajusta a la realidad.
Más preocupante aún es el precedente político: si esta política de aranceles se profundiza —o si otros gobiernos emulan esta estrategia— América Latina enfrentará un entorno global mucho más hostil. Países como Brasil, con un peso mayor en la escena internacional, ya han anunciado que responderán con medidas propias y apelarán a los mecanismos multilaterales disponibles. Pero la efectividad de estas respuestas será limitada sin una verdadera coalición regional.
¿Y ahora qué? Un dilema estratégico para América Latina
Los nuevos aranceles impuestos por Trump representan tanto un desafío económico inmediato como un dilema político de fondo. América Latina debe decidir si continúa actuando de manera aislada o si, por fin, asume una postura colectiva que defienda sus intereses en el escenario global.
Recomendaciones para los gobiernos latinoamericanos:
- Coordinar una respuesta regional a través de foros como la CELAC, la Alianza del Pacífico o el Mercosur para negociar desde una posición de mayor fuerza.
- Reforzar los acuerdos comerciales intrarregionales para reducir la dependencia de mercados externos y fomentar cadenas de valor latinoamericanas.
- Diversificar mercados más allá de Estados Unidos y China, buscando acuerdos estratégicos con Asia, África y Europa del Este.
- Aumentar la competitividad interna, invirtiendo en infraestructura, tecnología y simplificación de trámites para exportadores.
- Reactivar el rol de América Latina en organismos multilaterales como la OMC, promoviendo un nuevo equilibrio en el comercio internacional basado en reglas claras y justas.
¿Hacia dónde va la relación con Estados Unidos?
El proteccionismo de Trump no es un hecho aislado, sino parte de una tendencia más amplia en la política estadounidense, donde la competencia con China y el discurso nacionalista ganan terreno. Incluso si una futura administración decide revisar estos aranceles, la confianza ha sido erosionada. América Latina ya no puede asumir que el acceso al mercado estadounidense estará garantizado.
El futuro de la relación hemisférica dependerá de la capacidad de ambos lados de reconstruir una relación basada no solo en la conveniencia económica, sino en la estabilidad institucional, la cooperación política y el respeto mutuo. Para América Latina, es el momento de actuar con inteligencia, unidad y visión de largo plazo. El mundo ha cambiado. La región debe cambiar con él.